Estos son los Modlin: Margaret y Nelson y su hijo Elmer. Formaban una familia excéntrica que residía en una casa del centro de Madrid. Vivían aislados, nunca aprendieron castellano.
Están todos muertos.

El matrimonio llegó a España en 1975. Él era actor de reparto en Hollywood, un segundón. Ella era profesora de Bellas Artes. El hijo era modelo. Elmer participó en la Segunda Guerra Mundial y vivió los horrores de la bomba atómica de Nagasaki.
Ella se encerró en Madrid a pintar cuadros, el hijo se suicidió y el padre murió alcoholizado.
Después de que se muriesen todos, la casa se quedó sin dueño. Un vecino suyo, que se quedó con las llaves, contactó conmigo en 2004 y me llevó a la casa. El piso llevaba un año vacío, pero parecía como si alguien todavía viviese allí. Cuando Margaret falleció, Elmer, su marido, se sumió en la desesperación y quiso que todo se quedase como su mujer lo había dejado. Esta es una foto de una de las habitaciones, con los cuadros pintados por ella.

Saqué un reportaje en El País sobre la familia y llamó muchísima gente interesándose por los cuadros. Durante algunos meses me centré en los Modlin por interés personal, investigué sobre su vida.
Cuento todo esto porque un año después, en 2005, Paco Gómez, fotógrafo (revelación PhotoEspaña en 2002 y miembro del colectivo Nophoto) encontró todas las pertenencias de la familia en la basura (al final los herededos vendieron la casa y tiraron todo los que les sobraba) e hizo un documental. Sintió la misma fascinación que había sentido yo, pero él lo plasmó en imágenes. Cuando me enteré intenté localizarle, pero no hubo manera de que nadie me pasase su contacto.
El caso es que pasó el tiempo y me olvidé completamente de los Modlin y de Paco Gómez. Hasta que el viernes pasado Paco llamó por casualidad a Público. Quería denunciar que a su cuñado inmigrante la policía le había dado una paliza. Y de casualidad me pasaron a mí la llamada. Cuando me identifiqué, lo primero que me dijo fue que no podía creer que estuviese hablando conmigo, que estuvo intentado localizarme hace años por la historia de los Modlin, que llamó a El País varias veces, pero no hubo manera de que nadie le pasase mi teléfono. Yo le conté que a mí me había pasado lo mismo. Fue extraño.
Cinco años después de intentarlo nos hemos reencontrado, o más bien encontrado. Gracias al destino. Y pienso en todas esas historias que por las circunstancias se quedan sin cerrar, en las cosas que nos apasionan y luego nos olvidamos. Y en la gente con la que nunca logramos hablar, por culpa nuestra o de los demás.